viernes, 30 de septiembre de 2011

Antonia y la luna

Para los chicos de la casa.

Antonia era una niña muy hermosa, hija última de una pareja y hermana adorada de los dos mayores. Había sacado la sonrisa de mami y como ella sus ojos intensos capaces de quitarle el mal humor que papa traía del trabajo. No tenía nadie de su edad con quien jugar en casa y adoraba la escuela, pues allí tenía a sus colegas que igual que ella tenían ocho años, y la fuerza para derretir las fuerzas de todos los maestros.

Como buena hija ayudaba a los papás en los quehaceres en la casa, sus ocho años le daban el poder de querer ayudar con sus errores en la cocina y de paso aprender. Pero había algo que ella adoraba más aún, cuando al terminar el día y sus tareas, subía a su habitación y por la ventana veía a la luna. Luna, cómplice de sus ideas en las conversaciones que ella imaginaba, sabía por ejemplo del niño que a Antonia le gustaba en la escuela, le contaba su día y las buenas cosas y las que no le salían también. Era esta Luna casi su diario celestial. Antonia veía a la luna en el cielo a veces como una sonrisa y le encantaba verla engordar hasta que se convertía en luna llena. Ella misma se sentía una estrellita como las muchas a su alrededor y le gustaba pensar que, como su papá le repetía todos los días, ella alumbraba su vida.

Pero había algo que ella en su edad no podía entender, ¿por qué un mes al año mi amiga luna desaparece del cielo? ¿Por qué no asiste a nuestras citas?, se preguntaba Antonia. Y no le convencían las respuestas del abuelo que le decía que estaba cansada y de vacaciones, tampoco la de la abuela que le decía que andaba enferma y estaba recuperándose, ni la de mamá que le decía que estaba cargando baterías para iluminar de nuevo. Menos a papá y su difícil forma de explicar que los vientos de las montañas se juntan con el calor de los bosques y hacen imposible verla. No. Antonia estaba en desacuerdo con que su amiga la abandone un mes al año.

Así que pidió a papa una explicación más y papá le respondió así, entre enojado y cansado: “Para que la puedas ver tendrías que salir del pueblo, cruzar el bosque lleno de animales feos y peligrosos, llegar al río grande y turbulento y subir la montaña hasta pasar las nubes y recién ahí la podrás ver, ¿entiendes?” - le dijo casi con sarcasmo. “Sí, sí entiendo”. Y vaya que entendió.

Un día después de planear a su estilo, Antonia decidió salir en busca de su amiga luna, que ya tenía varios días sin aparecer. Se llevó una canasta con comida y un abrigo que mamá le compró. Y salió del pueblo y se fue por un sendero del bosque y a los pocos metros encontró a un burro. “¡Hola niña! - dijo el burro – ¿cómo estás?”.

Antonia, aún tímida, pensó que era mejor contarle su meta, a lo que el burro le planteó ayudarla y llevarla, “pero sólo hasta la mitad del bosque, después niña linda, serás tú y la otra mitad del bosque”. Antonia aceptó. Aprovecharon para conversar un poco mientras iban avanzando. Antonia le preguntaba si era verdad que él estaba lleno de piojos y garrapatas que así le había dicho el abuelo una vez, a lo que el burro le dijo que sí, pero que era causa del maltrato de los humanos que le hacen cargar muchas cosas sin importarle ni su salud ni su higiene, que lo hacen dormir junto a otros como él en una inmundicia día a día. Y tal como prometió el burro, llegaron a la mitad del bosque y la dejó ahí. Llovía fuerte mientras Antonia veía desaparecer al burro que a prisa regresaba a su eterno trabajo de cargar bultos. Cuando se ponía la chompa que mamá le diera, apareció un oso grande y peludo. Antonia estaba muy asustada porque mamá le había contado lo peligroso de este ser y su gusto interminable por la carne. “Hola” - la saludó el oso. Antonia con las justas pudo decir, inocente pero sincera: “¿me va a comer?”. A lo que el oso rió para tranquilidad de Antonia.

“No, niña - le dijo el oso – a diferencia de ustedes los humanos, yo ya comí y no mato en vano. Es invierno y voy a invernar después de darme un banquete de salmones que están en el río que está al final del bosque”. Escuchó Antonia aliviada ese comentario y celebró además que el oso iría al final del bosque, lugar al que debía llegar ella para avanzar en su travesía. Así que presurosa le contó su historia de la amiga luna a la que buscaba, a lo que el oso le dijo: “Sin duda no eres como los demás humanos”. Antonia no entendió muy bien eso pero, en fin, el oso la llevaría en su lomo hasta un lugar más avanzado.

Y fiel a su palabra, el señor oso la llevó hasta el final del bosque. Agradeció Antonia el servicio mientras el oso se metía al río a esperar sus salmones para luego invernar. Ahora le tocaba resolver a la pequeña cómo cruzar el río que, como le dijo su padre, era grande y profundo y por lo tanto peligroso, mucho más con esta lluvia invernal. Pero parece que la suerte acompañaba a la pequeña, encontró un grupo de castores dientudos que la saludaron en coro: “Hola, pequeña. ¿Qué haces sola aquí?” “Pues - les dijo Antonia - necesito cruzar el río para subir la montaña y ver a mi amiga luna que me ha abandonado muchos días”. “Mira - le dijo un castor -, aquí más adelante estamos haciendo un dique que junto a otros hacen un camino hasta el otro lado del río”. Sonriente Antonia no dudó en aceptar la oferta. En el camino preguntó Antonia: “¿Quién es el jefe entre ustedes?” Los castores se burlaron, riendo y dijeron: “¿Jefes?, eso lo inventaron ustedes los humanos. Aquí cada uno hace su parte y todos trabajamos por igual para vivir por igual entre todos”. Esto sorprendió a Antonia tan acostumbrada a las quejas de papá y mamá sobre sus jefes en el trabajo.

Y así pasó al otro lado del río la niña de nuestra historia. Agradeció con un beso volado y se propuso subir la montaña. Subió con todas sus fuerzas el tramo que pudo hasta que anocheció y tuvo que dormir en la falda de un árbol que encontró apacible abrigándose con la manta que trajo, esa que la abuela le tejió y con la que le gustaba taparse de noche. De repente, al amanecer, encontró un hombre viejo con un sombrero que no le dejaba ver la cara. Este arriaba a una burra muy parecida a la de su amigo burro del principio del viaje. Se le acercó y Antonia pregunto: “¿Será posible que me ayude a llegar a pasar estas nubes y ver el cielo despejado?” El viejo la miró así chiquita y desafiante, se rió y le dijo: “Si pasamos las nubes, llegaremos de noche”. “No hay problema - dijo Antonia- , es justo lo que necesito”. En el camino supo que el señor llevaba a su burra a comer las hierbas que la lluvia del día anterior había dejado frescas y listas. Se dio cuenta también que, como le dijo su amigo burro, la vida de esta burra también era cargar y cargar.

Antonia se quedó dormida y sintió un empujoncito en su cabeza mucho rato después, era el viejo que ya conociendo la historia contada una vez más por Antonia en el viaje, la había puesto con la cara al cielo. Media dormida, media despierta, escucha la voz del viejo que le dice: “Mira, princesita, allí está tu amiga luna”. Antonia emocionada le dio un abrazo fuerte al viejo que al fin dejaba ver su rostro. Era el abuelo que con la sabiduría de los años estuvo acompañándola de lejos preocupado que no le pasara nada. Ambos se rieron y el abuelo le dejó que conversara con su amiga luna que la esperaba como una sonrisa del cosmos. Tenía tanto que contarle, el viaje, la escapada, los nuevos amigos que ayudaron hasta que la encontró.

No sabemos si cuando regreso a casa los padres la amonestaron por semejante locura o si los padres también fueron cómplices y le pidieron al abuelo que se hiciera cargo de la aventurera. Lo que sí sabemos es que Antonia aprendió que así como se enseña que tomar decisiones puede traer complicaciones, también pueden traer un mundo nuevo y maravilloso de aprendizaje, tanto de lo externo como de lo que está en cada uno de nosotros, y ver que lo temible de la naturaleza no lo es tanto y más bien puede ser tan adorable como su amiga luna.

Hasta la victoria siempre

Guillermo Bermejo Rojas.

1 comentario:

  1. wow es una de las fabulas mas bellas qe he leido, con un lindo mensaje que nos muestra que el tomas la decision nos puede traer cosas maravillosas en la vida y aunque puede questas decisones sean complejas hay que arriesgarse para obtener lo que queremos y anhelamos en la vida

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